El castillo, Franz Kafka
"...a K. le pareció como si hubiera roto toda relación con él y ahora
fuera, evidentemente, más libre que nunca y pudiera aguardar allí, en
aquel lugar que normalmente le estaba prohibido, tanto como quisiera, y
que había conquistado esa libertad luchando como ningún otro hubiera
podido hacer, y nadie podía tocarlo ni echarlo, ni apenas dirigirle la
palabra, pero -y ese convencimiento era por lo menos igualmente fuerte-
como si al mismo tiempo no hubiera nada más insensato, nada más
desesperado que aquella libertad, aquella espera, aquella
invulnerabilidad." (Final del 8. Esperando a Klamm).
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